domingo, 15 de noviembre de 2009

Chez moi


"Chez moi" o "mi casa" en francés, tiene 100 años. Lo que llamo mi petit palais, no es otra cosa que una vieja casa de campo que fue derruída por el tiempo.

Vista desde lejos durante décadas, jamás se me hubiese ocurrido que algún día sería mía y menos, que terminaría viviendo en ella.

Completamente abandonada a su suerte, la casa llegó a mí por dos vías y al unísono. Mientras yo veía la foto de la casa en el sitio de internet de la inmobiliaria que la vendía; mi viejo me hablaba de ella por el celular. El precio publicado resultó ser erróneo y la casa la compré casi por la mitad de lo que en origen se pedía.

Con la casa heredé siete árboles, 5 Casuarinas de unos 60 años y dos Acacias. Las Acacias, luego leí que deben plantarse de a dos; pareciera que son como un matrimonio del mundo vegetal...no es raro, dicen lo mismo de los Ficus.
Visualicé al instante lo que sería la sala de baño y la puerta de entrada, las ventanas, la entrada individual al terreno y el auto; y el paso a la ampliación que vendría con el tiempo.

Al bajarse los revoques tintos de humedad, se descubrieron dinteles de antiguas puertas y ventanas que alguna vez habían estado ahí. Me llené de emoción al descubrir que los lugares en donde me había imaginado la disposición de los ingresos, coincidieran con los que historicamente había tenido la casa antes de haber sido mounstruosamente violada por reformas estéticamente equivocadas.
Así comenzó la casa a develarse, silenciosamente y casi con pudor. El ingreso al terreno, se dio de igual forma: dispuse que instalaran un pequeño portillo de hierro inglés para la entrada personal, y al remover años de hojas secas, aparecieron una serie de ladrillos que de canto, marcaban un pequeño camino que se dirigía a la casa.

Una mañana de sábado, una señora de unos 50 años que había visto varias veces por la zona, se detuvo ante el grupo que formábamos con algunos empleados que trabajaban en la casa. En bicicleta y sosteniendo un gran ramo de flores, me felicitó por lo linda que estaban quedando las reformas que le estaba haciendo. Contó que tenía muy lindos recuerdos de mi casita, ya que su bisabuela, su abuela, su madre y ella misma; habían nacido y criado entre éstas paredes. Dijo que era una casona grande que se recostaba en la pequeña loma, con habitaciones que ya no estaban hacía mucho tiempo. Esa saga de mujeres amorosamente cuidadas entre muros de ladrillones asentados en barro, me reconfortó. Nada malo ni traumático había sucedido dentro, nada de fantasmas, ahorcados ni incendios; sino una sinuosa tradición de una familia que retuvo la casa por décadas. Y que ahora pasaba a mis manos, para dejar atrás el olvido de sucesivos dueños irrespetuosos de su mansa historia.

Siempre se dice que la cocina es el corazón de una casa. Al iniciarse las obras para levantar mi dormitorio, se dieron a la luz los cimientos de la antigua cocina; por lo que supongo que si seguimos el addagio, mi habitación será el centro. Caramba...no se qué querrá significar eso, pero bueno, lo intentaremos llevar con dignidad!

La compré con el pecho rebozante de ilusiones y para proteger un amor que no fue. De una llegada con nervios entendibles, se pasó a una lucha por mantener la cordura, hasta finalmente caer en los estertores angustiantes de la relación. La casa moría nuevamente.

Sin embargo, la noche que siguió a la última vez que él entró en ella, me puse a hablar por primera vez con ella. Pedí perdón por lo que tuvo que ver, escuchar y sentir; y le informé lo que quería para ella y para mí; todo lo que quería que abrigara, que vivenciara. Así como nació del amor, así debía seguir. Así debíamos seguir ambos hacia adelante.
Y comenzamos nuevamente pero esta vez estrechamente conectados. De a poco se comenzaron a redistribuir muebles, adquirir otros, encargar nuevos trabajos y sobre todo, se comenzó a escuchar música. Mucha música y con el volúmen alto, como una fiesta que recomenzaba cada día.

Y llegaron los amigos, las risas, las charlas profundas y los juramentos de cariño, de esos que cuando se dicen se saben que son un leve reflejo de lo lindo que se siente en el interior.
Se descorcharon botellas de vinos añejados que vinieron desde otros mares; y mi living que abraza con la enorme mesa de café y sillones azules como la noche, se llenó de historias...sacerdotes que se enamoraban, anécdotas de cuando eramos chicos, chismes de compañeros de trabajo, templos hindúes, ángeles, películas viejas y hasta elefantes que se aparecían en la puerta de un hotel en Dubai.

Se realizaron rituales festejándoles a las brujas su Noche. Se pudo ver la cara del próximo novio en el espejo, cuando a las 12 de la noche y a la luz de una vela, se comía expectante una manzana colorada. Sí, eso también pasó acá.

Desde ayer, adorna un jarrón de plata; un ramo de rosas coloradas, tres calas y unas ramas de un aromo. El jarrón representó en su momento, la señal que a pesar de todo, estaba en el buen camino ya que lo compré cuando no tenía un cobre y recién me había recibido; las flores que esta vez son de jardines ajenos, son la promesa de las que habrá en este lugar en el futuro próximo.

Así, de a poco, se abre un mundo. Y yo vivo allí, con el alma plena y los brazos abiertos en espera de más.