miércoles, 1 de julio de 2009

Los pequeños aposentos



Para los habitantes del Palacio de Versalles, en la era de los Luises, ciertas normas de uso habitual ( y hasta normal ) para el resto de los mortales, eran simplemente inauditas.
Así, el caminar como todos lo entendemos, no existía. Uno debía desplazarse.
Tampoco se sentaban, sino que se derramaban en los ampulosos sillones de doradas molduras.
Para llamar al palacio por su nombre, se le decía simplemente ce-pays-ici.

Y para anunciarse antes de entrar a una habitación, no se golpeaba, sino que se rascaba suavemente la puerta.


Los matrimonios eran arreglados, e inclusive si se era de la nobleza, debían ser consentidos previamente por el Rey.
Así, la infidelidad, era no sólo una consecuencia, sino a veces, una necesidad.


La infidelidad en nuestros días, si bien no es abiertamente consentida, es soportada e inclusive festejada.
No me crié con esos valores. Si bien entré en mi desarrollo sexual creyendo en el amor por siempre; malas experiencias se sumaron a la atractiva posibilidad de incurrir en lo prohibido.
Así y todo, tardé años en desengañarme y tuvo que alguien ser la víctima primera.


Con F salí durante tres años. Siempre pensé que la relación podría haber continuado in eternum debido a la constante y vacía cortesía que actuaba como salvaguarda de un estrepitoso final.
Como es lo corriente, las primeras épocas fueron maravillosas. Nos la pasábamos teniendo sexo, interrumpido sólo, por largas charlas que manteníamos desnudos entre las sábanas.
El deseo de posesión del otro, marcha paralelo al de ser amado. Pero en la misma carrera por ver cuál sobresale, se enturbia el segundo por el afán de alcanzar el primero.


F pretendió poseerme mucho antes que yo lograra amarlo. Eso fue el detonante para que, sofocado por el deseo invasivo, buscara formas de realizarme en lo más íntimo.
Todo lo que uno no se atreve a hacer con su pareja, lo hace con otro.
No quería terminar la relación, ya que la misma gozaba aún de las mieles de la novedad y el tímido conocimiento mutuo.
Una línea de contactos telefónicos oficiaba de proveedor de placeres. Al principio, con cierto grado de culpa. La mínima. Timidamente comenzó a elevarse el número de amantes esporádicos, a pesar que las ocasiones eran escasas. Se sucedían unos a otros, ejemplares de hombres de toda índole. Grandes, pendejos, treinteañeros, heterosexuales y gays redomados.
El pequeño secreto, ese lugar al que sólo accedía yo mismo, tuvo su cómplice en un amigo que tímidamente experimentaba el mismo camino. Si bien no tenía una relación seria y oficial, D actuaba por despecho de un amor presente pero en modo alguno, correspondido.
Me servía de excusas cada vez más arriesgadas para ganar el tiempo necesario para regalarme un rato de placer con un completo desconocido.


F tenía grandes complejos en la cama; y el placer de destruirlos uno a uno, aliviaban el tedio que me embargaba cada vez que estaba con él.
Con la perversión en la piel, veía cómo hacía caer barrera tras barrera, los últimos vestigios de pudor en un ser que no admitía como posible, el más básico sexo oral.

Seguiré luego, debo encontrar plan para esta noche.

6 comentarios:

JOTAELE dijo...

Interesante historia!!!

Nituni dijo...

Presiento que te conozco...

Boufflers dijo...

Jotaele: Gracias!!!

Nituni: Seguí presintiendo entonces...jajajaajajaj

Unknown dijo...

HOla como anda monsieur . Te envio un abrazo . Ton oncle

Putis dijo...

"El deseo de posesión del otro, marcha paralelo al de ser amado"
Por favorrrrrrrrr
cuanta verdad en tu aseveracion!
Espero que hayas conseguido plan pero no te olvides de continuar...
Besos
Putis.

Boufflers dijo...

Gustavo: Saludo para usted, sire.

Putis: Gracias por lá ratificación de la idea; y también por el consejo. Beso!